◖ 11 ◗
ALEJANDRA.
Perezosa y lentamente introduje la llave en la cerradura, pero al hacerlo incorrectamente tuve que volver a intentarlo acompañado de un gruñido.
Luego de la conversación con mi paciente y los diversos pensamientos que llegaron después de eso, no pude evitar equivocarme en más de una ocasión. La forma en la que había hablado Víktor y su último comentario me mantuvieron metida en mi mente por mucho tiempo que concentrarme en el mundo exterior se me dificultó.
Sus palabras sobre soltar y perdonar aun seguían rondando por mi cerebro incluso cuando, al pasar los segundos, recordé la razón por la cual estaba en el psiquiátrico. Él les había causado daño a las personas que lo habían separado de su esposa, y no se arrepentía de eso sino que su lamento iba al hecho de solo dejar hospitalizados a los culpables y no haberlos matado como, supuse, él lo deseaba y había planeado.
Entonces bien, ¿Cómo alguien podía hablar sobre soltar y perdonar cuando no tuvo compasión por aquellas personas? Era hipócrita de su parte decir algo así cuando ni siquiera dudó ni una vez en lo que haría para dañar a los demás, solo actuó y ya. Sin debilidad, sin emociones, tan despiadado que daba miedo con solo pensarlo.
Pero también tendría que poner en discusión el momento de duda que hubo en mí, cuando pensé que él podría ser mejor psicólogo que yo. Cuando la loca idea de dejarlo todo cruzó por mi cabeza y no hice nada para desviar su camino, sino que acepté que era algo bueno para mi vida. Incluso imaginé tener un trabajo más tranquilo y ¿Seguro? tener amigos, con quienes pudiera charlar de todas las cosas que me se ocurrieran y no únicamente de nuestra profesión o pacientes. Estar bien con mi madre y poder ir a visitarla sin el pensamiento de que no me habría la puerta o que me echaría sin más. Me idealicé más relajada, disfrutando de una buena compañía y ya no sentir miedo por quedarme sola y que aquel innombrable ente hiciera aparición.
Tal vez porque todo se veía tan pacifico fue que no lo vi como algo malo.
O quizá es porque necesitas urgentemente que tu vida mejore.
Bufé.
Realmente no entendía lo que pasaba con mi conciencia, había dicho comentarios que me alentaban y otros que me hacían preguntarme qué ocurría con ella. ¿Acaso tenía doble personalidad? Sí era posible eso, ¿Verdad? Era psicóloga y ni siquiera sabía la respuesta. Es que nunca había pasado por una situación con esa, el tener discusiones con tu voz interior no era algo que estuviera escrito en un libro. Tampoco se explicaba si esos pensamientos podían ser camuflados, mezclados o entrelazados con los de alguien más. Bueno, no era como si pudiera hablar con la mente de otra persona, pero al no encontrar lógica a lo que me estaba pasando, trataría de hallar una explicación aunque ésta no estuviera científicamente comprobada o que siquiera fuera algo pensado por alguien aparte de mí.
Todo parecía ser extraño, y un tanto confuso si lo mencionaba de esa forma, porque, ¿Qué psicólogo tomaría en cuenta lo que su cerebro dijera? ¿Había alguien más aparte de mí que tuviera dudas existenciales sobre lo que hacia? Supuse que era la única y sabía perfectamente que todo dependía de qué emoción estaba presente cuando alguna pregunta o preocupación llegaba. Si lo dicho era negativo, era porque estaba hablando el miedo que había dentro de nosotros, y si era positivo entonces era porque nuestro lado aventurero y sin temor tomaba las riendas.
Teniendo eso en cuenta, comprender que la segunda opción nunca había estado presente en ninguno de los momentos conflictivos que tenía con mi conciencia, no me agradó para nada porque eso solo podía significar que era vulnerable ante cualquier situación. El que todo fuera negativo empeoraba las cosas.
Tomando una larga bocanada de aire, reaccioné y noté que todavía seguía con la llave dentro de la cerradura.
Al terminar de girarla dos veces, tomé la perilla y abrí la puerta de mi casa. No tuve tiempo siquiera de acercarme a la sala cuando me encontré de frente con Eddie, mi amigo y compañero de hogar.
Sonreí en grande.
Llevábamos tres años viviendo juntos, pasando y superando millones de discusiones que eran normales en una convivencia. Al estar únicamente una mujer y un hombre bajo el mismo techo, las preguntas incómodas no habían tardado en aparecer, como era de esperarse todo el mundo creía que éramos pareja. Pero la verdad era que nos queríamos como si fuésemos hermanos, con todas las diferencias y peleas que esa palabra significa. Supuse que, después de conocernos realmente y saber que ninguno de los dos miraría al otro con diferentes ojos e intentaría insinuársele, fue razón suficiente como para no arruinarlo tratando de tener algo más que una bonita amistad.
— Pero miren quién volvió.— dije, dejando las llaves en el portallaves.
Sus ojos claros me dieron la bienvenida, acompañados de una gran sonrisa.
Debía de admitir que era un hombre hermoso; con su alta estatura, su cabello castaño casi llegando al rubio lleno de pequeños rulos, sus iris verdosas llamativas, su sonrisa encantadora que podía derretir a cualquier mujer. Sin mencionar su personalidad; su alegría contagiosa, su humor y su grandiosa amabilidad. Su pasión por su trabajo y su amistad. Habían tantas cosas buenas en él que se me haría imposible recordarlas y nombrarlas todas.
Solo bastaba con imaginar a un príncipe azul, ese sin duda alguna sería él. Un ser tan magnífico que dudabas que existiera, pero que solo era necesario mirar a Eddie para saber que era de verdad.
— Me echabas de menos, lo sé.— canturreó, acercándose.
— Como no tienes idea.— confesé, abrasándolo con fuerza.
Mi lugar seguro estaba ahí, cerca de mí y entre mis brazos.
El sentir el latir de su corazón, me tranquilizaba; mi respiración se acompasaba a la suya con tan solo escucharla, volviéndose relajada. Su calidez corporal me rodeaba de tal manera que me sentía protegida, y todos mis miedos desaparecían con la soledad que me había estado acompañando hasta ese día. Mi ancla, que me mantenía a flote, había llegado en el momento que más lo necesitaba. Mi complemento, mi otra mitad, mi soporte había regresado.
Aun sabiendo que lo tendría por un corto tiempo, fui feliz y agradecía que él estuviera ahí. Debido a que el gran Eddie Lockwell trabajaba para una importante agencia, y era reconocido en ella por ser el más cuidadoso, responsable y predispuesto ante cualquier emergencia, le habían dado la oportunidad de ser el rostro público de la empresa, y por esa razón tenía que estar constantemente viajando a diversas partes del mundo donde fuera requerido y dar una que otra charla sobre lo que hacían. Gracias a eso había descubierto maravillosos lugares; probado comidas típicas de otros países y conocido a muchas personas, mientras tanto yo solo conocía a más personas con trastornos mentales y descubría la causa del problema.
No me quejaba de mi profesión porque, a pesar de todo, me encantaba, siempre me había emocionado emprender un nuevo camino al iniciar con un caso. Me gustaba poder ayudar y saber que había hecho algo bueno por alguien que lo necesitaba, me hacia sentir orgullosa de mí mismo. Pero esos últimos días había sentido algo raro, algo distinto que no me gustaba para nada. La autocompasión que utilizaba cada vez que sentía que no había hecho suficiente, llegaba más constantemente que lo habitual. La energía que sentía al salir de una sesión para ir estudiar y comprender qué medicamento se necesitaba para mejorar al individuo, no existía. La alegría que me llenaba al finalizar con algún paciente, y ver una sonrisa en su rostro, ya no estaba.
Había perdido cierto interés en lo que hacia, me sentía desmotivada sin razón, y lo que menos quería era continuar con mi trabajo. Sabía lo que era el sentir que no avanzabas, que estabas estancada o que, en los peores casos, retrocedías. Conocía aquella sensación de que algo te estaba tomando del pie para que no pudieras seguir caminando, la había descubierto cuando mi madre se mostró reacia al comentarle lo que tenía pensado estudiar en la universidad; en ese momento era mi felicidad o la de ella, y tomé la primera. Sabía lo que era ver como el mundo te daba la espalda, y después de las diferencias con mi conciencia, sabía lo que era que hasta tu propia mente te dejara sola. Pero aún así, y no queriendo darle tanta importancia a absolutamente nada, tenía la esperanza de que con la ayuda de mi mejor amigo todo volvería a ser como lo era antes.
¿Realmente crees que él es tu salvación?
Sí. No dudaba de ello.
Lo repetiría siempre que tuviera oportunidad: Víktor y sus historias eran el problema, sin mencionar mi ya agotado cerebro. Cada maldita palabra que salía de su boca: sus sueños y sus “amenazas” era como si despertara una maldad infinita, que solo tenía una intención: atormentarme.
Quizá me tomaba muy en serio todo lo que él decía, pero era imposible no hacerlo. Tenía algún poder oscuro y atrapante; como un imán, como una luz brillante para una polilla. Tenía algo que quería descubrir y saber de qué se trataba, pero a la vez solo quería alejarme lo más pronto posible y no volver a saber más de él.
El gran poder de la confusión, complicándolo todo.
— Pensé que tardarías más tiempo.— dije, sin tener intenciones de liberar a Eddie de mí.
— Bueno, si quieres puedo irme de nuevo.— bromeó.
— No, por favor, no lo hagas.— pedí, aferrándome más a él. Ya no quería sentirme sola.
— Bien, entonces dime, ¿Cómo vas con tu trabajo? ¿Cómo sigue el Fin del mundo? — me preguntó, cortando nuestro abrazo a lo que yo solo gruñí.
Me divertía oírle decir el apodo que él mismo había inventando para mi lugar de trabajo, algo infantil para nuestra edad, pero lo dejaba pasar porque era mi amigo. Sabía que lo decía porque el psiquiátrico estaba un poco alejado de la ciudad, y su aspecto no daba para otro sobrenombre que no fuera «Fin del mundo».
Pensándolo bien, no le quedaba mal. Recordando que lo rodeaba un inmenso bosque inexplorado; la forma de la construcción y su falta de colores en las paredes, quedaba perfecto nombrarlo así. Después de todo, ver un lugar tan aburrido, frío y lejano sería como estar viendo el fin del mundo frente a tus ojos.
— Bien, de hecho tengo un nuevo paciente. Su nombre es Víktor Heber y es alemán.— le conté.
— Alemán, ¿Eh?— asentí con la cabeza — ¿Es apuesto?
Giré los ojos.
Él y sus estúpidas preguntas de siempre, tan ignorante a la realidad. Cada vez que le mencionaba que tenía un paciente nuevo me preguntaba lo mismo, como si algo así fuera posible. No sabía si no se daba cuenta de que eran personas que estaban internadas en un psiquiátrico, o solo me jugaba una broma.
¿Acaso creía que iba a ver a mis pacientes de una manera diferente a la normal? ¿Realmente Eddie pensaba que, en vez de ir a trabajar, me pasaba horas viendo quién era atractivo y quién no?
Sí, eso haces con Víktor.
Eso había sido una equivocación y solo había ocurrido una vez.
Dos veces.
Sí, pero ese dato era irrelevante. No importaba si había sido una, dos o un millón, nada cambiaba el hecho de que mi labor era ayudarlo, solo eso. Además, no volvería a pasar.
¿Segura?
Sí, después de la actitud grotesca que mostró por el tema del cambio de su comida, lo que menos quería era detenerme a verlo de otra forma que no fuera profesional.
— Me da escalofríos, ¿Eso contesta tu pregunta? — hablé.
— Sí, quiere decir que es muy guapo y que deseas estar con él.
Sin comprenderlo, un pequeño rubor calentó mis mejillas.
Punto para el mejor amigo.
Punto para nadie, porque eso no era verdad. Yo no sentía atracción por nadie; ni por Víktor, y ni por ningún otro hombre.
Si no tenía una relación era porque no quería relacionarme sentimentalmente con nadie porque sabía que eso quitaría un poco de mi concentración y rendimiento laboral. No podía darme el lujo de perder tiempo en algo que no sería para siempre, y que tarde o temprano me dejaría. Prefería centrarme en algo que valiera la pena, y que aumentara mis ingresos.
Un amor no te daba dinero para vivir, en cambio un empleo sí lo hacia.
Mordí la parte interna de mi mejilla antes de hablar:
— Claro que no, no seas imbécil. Todo él da miedo, los sueños que dice tener causan que hasta el mismo demonio se asuste.— quizá había exagerado un poquito.
— ¿Qué clase de sueños tiene?
— Sueña con ojos rojos y… — un ladrido me interrumpió.
¿De dónde provenía ese sonido?
Me sorprendió escuchar un perro, hacia meses que no escuchaba uno tan cercano. Mis vecinos tenían mascotas y constantemente pasaban frente a mi casa ladrando, acompañados por sus dueños o por otros de sus mismas razas formando manadas perrunas… pero, esa vez, ese no sonaba que estuviera lejos, sino más bien parecía que estaba a pocos metros de distancia.
Vi como Eddie hacia una mueca de susto antes de cerrar sus ojos y comenzar a negar.
Bien, eso solo podía significar una cosa.
Rápidamente, me acerqué hasta la cocina, y miré por el ventanal. Fuera el sol mostraba todo y ahí estaba él, el causante de tanto alboroto… Loky, el perro de la hermanita menor de mi amigo.
Era un pequeño cachorro de pelaje color blanco, tan suave y esponjoso como si fuera el relleno plumoso de una almohada; sus patas eran un tanto largas y cortas, al igual que sus orejas, que podían cubrir por completo sus ojos si lo intentabas. Quería describir al animal de esa manera porque ni siquiera conocía su raza o la de los demás perros. Tampoco recordaba de dónde lo habían adoptado o cuándo. Debía de admitir que las mascotas y yo no nos llevábamos tan bien como quisiera.
El cachorro en crecimiento es un Bichón Frisé, muy bonito y juguetón.
Perfecto, mi conciencia lo sabía y no lo me dijo.
— ¿Qué hace la bola de pelos en el jardín?— le pregunté, cruzándome de brazos.
— Me han pedido que lo cuide por unos días. — confesó, rascando su nuca.
— Genial, tendremos bichos por todos lados.
— Oye, Loky está limpio. No tiene bichos y se podría decir que es más higiénico que tú.
— ¿Me estás diciendo sucia? — me hice la ofendida, pero por dentro sonreía.
Sabía que Eddie no quería decir eso, y que se había confundido en las palabras o más bien no había siquiera pensado antes de hablar. Pero supuse que, después del tiempo que habíamos estado uno sin el otro, un poco de diversión no vendría nada mal.
— Mmh, retiro lo dicho… no quiero que eches al perro por mi culpa.
— Muy bien, así me gusta.— me reí, sabíamos que no sería capaz de hacerlo. Pero aún así era divertido verlo actuando asustado y preocupado.
Jamás dejaría en la calle a algún animal, porque eso sería muy despiadado de mi parte. Además, Loky no tenía la culpa de que no nos agradáramos, todo estaba en mí y en mi no adaptación con perros. A lo largo de mi vida nunca había tenido una mascota, así que no sabía cómo interactuar con ellos. Aparte de sacarlos a pasear; bañarlos, alimentarlos, llevarlos al veterinario y limpiar sus necesidades, ¿Qué otra cosa se hacia?
Tal vez era como tener un hijo, pero al no ser madre tampoco sabía lo que se hacia con ellos.
Estaba envuelta en un gran lío al intentar comprender la relación amo–mascota, madre–hijo.
Volví a ver al pequeño terremoto con patas, quien estaba muy entretenido escarbando cerca del árbol, solo se podía observar la tierra volando por los aires y amontonándose en una montaña que crecía conforme el perro continuaba con su labor.
Genial, tendría agujeros por todo el jardín.
Era chico de tamaño, pero parecía como si tuvieras tres perros grandes juntos, y aunque sabía no podía crecer mucho, no quería imaginarme lo que haría cuando llegara a su edad adulta si seguía con esa actitud revoltosa. El can estaba lleno de energía y alegría, lleno de vida que era algo envidiable.
Ni siquiera recordaba cuando fue la ultima vez que actué como él; libre y feliz, sin problemas.
Fue antes de conocer a Víktor.
¿Debía de seguir responsabilizándolo por todo lo que ocurría conmigo? ¿Era su culpa que ya no sintiera nada más que cansancio?
«“Hay que aprender a perdonar y soltar”»
Sus palabras llegaron como por arte de magia en el momento exacto, como si quisiera decirme que debía de dejar el pasado atrás y avanzar. Soltar el mal comienzo que habíamos tenido, y caminar para encontrar e iniciar uno mejor.
Pero, ¿Cómo hacerlo cuando él no pondría de su parte? ¿Cómo querer cambiar una situación cuando la otra persona no ayudaba? Porque podía apostar a que no lo haría. Como por ejemplo; con el tema de su comida —que había sido algo a su favor porque realmente lo necesitaba— le había molestado que hablara para que se la cambiasen, y no había visto el lado bueno. Entonces ¿Qué me aseguraba que le iba a gustar comenzar de nuevo? ¿Por qué Víktor aceptaría algo así sabiendo que no le traería ninguno beneficio?
Solo sería una perdida de tiempo y paciencia por mi lado, porque presentía a que él le importaría muy poco que yo tratara de mejorar nuestra relación paciente–profesional.
Prefería seguir como estábamos en vez de arriesgarme a hacer algo que no traería nada bueno.
— ¿Has hablado con tu madre?— la voz de Eddie me quitó de mi ensimismamiento.
Parpadeé un par de veces antes de comprender a qué se refería...
Mi madre.
Sí, nada había salido como esperaba. Después de aquel día, cuando intenté llamarla y no contestó, me limitaba a comunicarme con la señora Chen casi a diario, y entablar una conversación con ella y que me comentara cómo estaba mi progenitora. De otra manera, no tendría conocimiento de la señora Cabrera.
Y aunque había dicho que iba a concentrarme únicamente en mi trabajo, no podía dejar de lado mi preocupación como hija. Estábamos hablando de la mujer que me tuvo 9 meses en su vientre y que intentó criarme de la mejor manera en la que pudo. Ni aunque quisiera podría olvidarla y hacer como si nunca existió. Después de todo, ella era mi madre, y aunque ambas nos habíamos equivocado, nada cambiaría el hecho de que por nuestras venas corría la misma sangre.
Volteé a ver a mi mejor amigo y encontré apoyado contra la encimera.
— He hablado con la señora Chen.— le contesté, acercándome a su lado para oprimir la tecla de le daba inicio a la cafetera.
— Ya vas a empezar con tu droga.— refunfuñó, virando los ojos— Me alegra que platiques con Chen, pero eso no fue lo que pregunté.
— Sé lo que me preguntaste y la respuesta es no.— dije, tomando la misma postura despreocupada de él.— Ni siquiera atendió la llamada.
— Lo siento.
— No, no lo hagas. Además sabíamos que eso iba a pasar.— aseguré, suspirando— Podrán pasar mil años y ella no podrá perdonarme.
— No digas eso, por favor.— pidió, rodeándome con uno de sus brazos— El que tu madre no acepte que amas ser psicóloga, no quiere decir que te hayas equivocado...— hizo una pausa, besando una de mis sienes— El que eligieras tu felicidad y no la de ella, no significa que fueras una mal hija. La señora Cabrera había hecho su vida a su manera y era el turno de tú hicieras lo mismo con la tuya.— terminó de hablar, dejando su cabeza apoyada sobre mi hombro.
Sonreí fugazmente.
Las palabras de mi mejor amigo eran tan reconfortantes y comprensivas, que me habían calentado el alma. Esperé mucho tiempo por escuchar algo así y agradecería eternamente que hubiera sido él y no alguien más. Que la persona que había estado junto a ti desde hacia años dijera algo como eso, le daba más valor que cualquier otra cosa. Porque Eddie me conocía de pies a cabeza; cada miedo, preocupación y molestia, él sabía cómo controlarlo. Así también como yo lo conocía y podía ayudarlo, tal vez no tanto como él lo hacia conmigo, pero lo intentaba.
Mi amigo era el mejor ser que el destino había puesto en mi vida.
¿Realmente eso piensas?
Sí, no había duda alguna de que él era la persona más perfecta que había conocido jamás; alguien que sabía lo que era el compañerismo, la amabilidad y comprensión. Alguien que te ponía a ti primero ante cualquier situación en vez de a él mismo.
Bien...
— Parece que encontró algo.— aseguró Eddie, al escuchar el aullido de Loky. Quién diría que el pulgoso estaría entrenado, era sorprendente.
— Ve a ver y luego tapa el pozo.— demandé, alejando su cabeza de mi hombro.
Él asintió en respuesta y en menos de un parpadeo había abierto la puerta corrediza y salido al patio. Mientras que él se perdía de mi vista, yo solo me limitaba a buscar una taza y servirme café.
La cafeína y yo siempre íbamos de la mano, eso ya había quedado más que claro. Con el paso de tiempo, se convirtió en un ritual que hacia todos los días sin falta, y que lo repetía las veces que lo requería. Además de que su sabor era delicioso, me daba la energía suficiente como para seguir un poco más con la rutinaria agenda que llevaba y no quedar exhaustiva a mitad de camino.
Y era lo que necesitaba con urgencia en esos momentos. Con cada salida del psiquiátrico me sentía más cansada, era como si cada vez que ponía un pie fuera de ese edificio cierta parte de mí o de mi poder quedaba dentro y ya no volvía a mi cuerpo. Sentía que mi mente pronto explotaría, como si estuviese siendo aprisionada por algo grande, imposible de romper o quitar.
Quizá estaba alucinando o exagerado las cosas, pero eso era lo que sucedía conmigo. Estaba cada vez más agotada, estresada y sin ánimo para realizar alguna tarea. Y todo estaba relacionado con mi paciente… o quizá con mis pesadillas.
Cada palabra que salía de su boca, era una gran bolsa repleta de cosas que tenían un peso enorme y que recaía sobre mí sin cuidado. Era una roca pesada con la que no creía poder seguir adelante, ni siquiera dar un paso.
— Oye, ven aquí y ve esto.— escuché que mi amigo vociferó.
— Ya voy.— dije, tomando la taza humeante y llevándola conmigo.
Caminé hasta la puerta que iba hacia el patio y salí. El aire frio golpeó fuertemente mi rostro, haciéndome estremecer. Con mi mano, apreté aun más la cerámica que me acompañaba para sentir un poco de calor, y no comenzar a tiritar.
Eddie estaba cerca del árbol sosteniendo y observando algo en su mano. La pequeña bola de pelo estaba a su lado, sentado y mirándolo con atención, buscando entender qué hacia con lo que sea que él anteriormente había tenido bajo su poder.
— ¿Qué es?— quise saber cuando me coloqué de frente.
— Es algo así como un amuleto.— dijo, dándome el objeto.
El amuleto, o lo que sea que fuera, estaba dentro una bolsa de plástico que parecía estar sellada con cinta adhesiva. Sin perder el tiempo, abrí la bolsa y lo saqué.
Extrañada, lo analicé lentamente.
Era un circulo plano de madera color negro, de dos centímetro de ancho y siete de largo, o eso me pareció. En el centro tenía dos orificios circulares como si fueran ojos; bajo de ellos, había otro diseño; eran como pequeños triángulos que formaban dientes afilados.
¿Por qué no buscas otra definición?
Porque no la había. Además, ¿Qué otra explicación podía darle a algo que por obviedad parecían un par de ojos y una boca dientona?
Se me hacia extraño encontrar algo así, y en perfectas condiciones.
¿De dónde había salido?
Loky nos había visitado varias veces y nunca hizo un pozo para buscar alguna cosa. Además la bolsa, al igual que el amuleto, parecía nuevo era como si acababan de ser enterrados. Pero los únicos que teníamos acceso al jardín éramos Eddie y yo; mi amigo apenas y había llegado del su viaje, y por mi parte me la pasaba más tiempo en el psiquiátrico o encerrada en la cocina. Rara vez salía a tomar aire fresco y disfrutar de la claridad solar.
Así que no sabía cómo había llegado ahí.
El recuerdo de haberlo visto en algún lugar antes apareció en mi mente pero, ¿En dónde? No lo sabía, y eso no me gustó. Me sentía perdida en mi propia mente que me mostraba momentos que no sabía si habían ocurrido realmente.
Podía ver la imagen mental de un amuleto parecido puesto frente a mis ojos y apuntando hacia la puerta de una habitación, todo estaba a oscuras. Parecía demasiado normal, quizá simplemente estaba jugando al mirar por entremedio de esos orificios y notar lo distinto que era el alrededor con eso cubriendo gran parte de mi vista. El ambiente era tranquilo y silencioso, pero todo cambió cuando él apareció con su negrura complementando al objeto de madera; dejando que sus orificios fueran rellenados por el carmesí de sus iris y el blanco de su dentadura.
Eso no era bueno, una extraña sensación me envolvió. A cada segundo que pasaba, sentía como algo crecía y no sabía bien de qué se trataba.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y fue cuando decidí dárselo a Eddie, tan rápidamente como si el tenerlo cerca de mí me estuviera quemando la piel.
— Deshazte de eso.— le indiqué.
— ¿Por qué? Es muy bonito.
— No me gusta, por favor, tíralo.— tragando saliva, pasé una de mis manos por mi cuello y comencé a frotarlo.
Empezaba a sentirme nerviosa, muy, muy nerviosa.
— No lo haré, lo guardaré. Además, tiene algo llamativo. Nunca antes había encontrado algo parecido, parece tener antigüedad pero a la vez parece nuevo.— comentó, sin despegar su vista de aquella rara madera bien diseñada.
Pero claro que tenía algo llamativo y eso era lo inexplicable que era su aparición, al igual que su apariencia un tanto macabra, lo cual solo podía decirte que no era buena idea tenerlo cerca. Había algo que no me gustaba de todo eso. El mismo aire frío y denso me estaba diciendo que no era correcto conservar el amuleto, que traería problemas con el pasar de los días.
Moví mi cabeza de un lado a otro.
Me negaba al hecho de que más preocupaciones llegaran a mi vida.
— Eddie, no lo quiero cerca.— advertí viendo con mi amigo se alejaba caminando.
— Y no lo tendrás… lo dejaré en mi habitación y no tendrás que verlo.— aseguró, entrando a la casa.
Un gruñido de ansiedad e inquietud salió de lo profundo de mi garganta.
Bien, no había tenido suerte y tal parecía que ese dichoso amuleto tampoco traería suerte estando allí. Solo esperaba estar equivocada y que nada malo sucediera.
Quise dar un paso para seguir a Eddie y continuar con la charla hasta hacerlo entrar en razón, pero mi pierna no se movió. Lo intenté una vez más, pero no sirvió, desviando mi mirada hasta el césped noté que ni aunque usara toda la fuerza que poseía sería suficiente para avanzar porque sentía a cada una de mis extremidades pesada y pegada en su posición.
De repente, Loky comenzó a ladrar de una manera ruidosa y constantemente; dejándome saber que estaba asustado. Temerosa miré su pequeño cuerpo, pero solo con hacer ese movimiento mi vista se nubló y me sentí mareada.
Me tambaleé de un lado a otro, como si el momento anterior de inmovilidad no hubiera existido. Parpadeé un par de veces ante la incomodidad, todo mi alrededor parecía danzar demasiado rápido para mí. Veía figuras distorsionadas de diferentes colores y alturas, y después de un segundo, no pude ver casi nada a excepción de una pequeña parte en el centro de tanta nubosidad. Fue como cuando ibas conduciendo, te adentrabas en un túnel, y lo único que podías observar de frente era la claridad que entraba al final de éste.
— ¿Qué...?— balbuceé.
Veamos si tu mejor amigo puede salvarte.
— Oye, Ale.— la taza de café cayó en el suelo y segundos después también lo había hecho mi cuerpo— ¡Alejandra!— gritó Eddie, podía notar su preocupación en su tono de voz.
Hubiese intentado levarme y actuar como si nada, no quería preocuparlo por la tontería de un simple mareo. Quise hablar y hacer muchas cosas para evitarlo, pero aún así, no pude decir nada. Estaba tan agotada que no podía ni siquiera mover mi boca.
Solo vi cuando su cuerpo corrió hasta llegar al mío, arrodillándose frente a mí y tomando mi rostro. Mi amigo seguía hablando aun cuando no le entendía, de lo único que sí podía ser capaz de entender era el ladrido sin fin de perro. Tal alto, cercano y seguido que hacia que me doliera los oídos, para luego ir desvaneciéndose por completo hasta no ser escuchado.
Estaba asustada, al no tener accesibilidad al movimiento de mis extremidades, cierto temor creció. Me sentía vulnerable, y más cuando él se hizo presente.
Lo último que vi antes de desmayarme, fue a esos ojos rojos detrás de Eddie. La silueta con su aura oscura y mostrando sus afilados dientes, estaba a escasos metros de distancia. Las ondas de poder que rodeaban su cuerpo, parecían estar en aumento y ser más grandes que la última vez que lo vi en el cuarto de baño.
El miedo se intensificó.
Me preocupaba lo que pudiera hacer al yo ya no estar consciente, quería gritarle que se fuera y dejara de molestar. Prefería que me atacara, que aprovechara la oportunidad que tenía al encontrarme allí tirada indefensa, antes de que le hiciera algo malo a Eddie. Deseaba que me dañara a mí con tal de que él estuviera a salvo. Temía por la vida de mi mejor amigo.
Esa maldita entidad era capaz de cualquier cosa, eso ya me lo había demostrado en incontables de veces.
Pedía que nada de eso hubiese pasado, que solo hubiera sido una alucinación mía. Quería pensar que todo estaba bien, y nada sobrenatural había entrado en mi vida… dejándolo todo arruinado.
Pero el destino me dejaría con la boca abierta una vez más, mostrando lo lúgubre y retorcido que podía llegar a ser.
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